La granja estatal Komarin está apenas a 18 kilómetros de la estación nuclear de Chernobyl en Ucrania.
Cuando el reactor número cuatro estalló el 26 de abril de 1986, esta zona contigua a la frontera en Bielorrusia, estaba directamente en el sendero del peligro.
Casi dos décadas después, las autoridades de Bielorrusia están invirtiendo fuertemente en la región, diciendo que debe ser explotada.
Los establos de la granja están ahora ocupados con hileras de vacas. Producir leche libre de radiación era demasiado costoso, por lo que la financiación estatal ayudó a comprar esta variedad especial de ganado que es ideal para la carne.
“Por supuesto la radiación hace que la vida sea complicada, y la agricultura aquí es más costosa. Por eso es que el estado nos compensa”, dice Grigory, el director de la granja.
“Pero no podemos simplemente abandonar esta tierra. La gente siempre ha vivido aquí, y planean quedarse, con o sin radiación”.
Grigory insiste en que revisiones regulares hacen que la carne sea segura para comer, aunque una quinta parte de su terreno yace dentro de la zona de exclusión que rodea a Chernobyl.
Golpe devastador
Anastasia dice que el miedo de la gente a la radiación está disminuyendo.
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Bielorrusia absorbió 70% de la radiación de la planta nuclear; una quinta parte de la tierra agrícola del país quedó contaminada.
En estos días, las autoridades buscan que la vida se normalice en la medida de lo posible.
Pero vivir en las regiones afectadas por Chernobyl requiere de un esfuerzo considerable.
En Komarin y sus alrededores es trabajo de Anastasia asegurarse que la comida que la gente come no contenga dosis peligrosas de radiación.
En el centro local de control de radiación, ella revisa muestras con un aparato de aspecto obsoleto.
“Si la comida está contaminada, le decimos a la gente como volverla más segura, hirviéndola, o remojándola en agua salada”, explica Anastasia.
“Por supuesto es mejor si la arrojan a la basura. Intentamos darle información a la gente”.
Anastasia efectúa cerca de 600 mediciones al año, pero admite que cada vez es más difícil persuadir a la gente para que lleven su comida a revisión.
El nivel de miedo está disminuyendo, y en muchas partes los centros de diagnóstico han cerrado.
Enfermedad
Muchas casas fueron abandonadas luego del accidente.
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A tres horas por carretera de Komarin, la doctora Valentina Smolnikova tiene que afrontar las consecuencias.
El bebé Cristina nació con un serio defecto del corazón por el que su familia responsabiliza a los efectos posteriores de Chernobyl.
No puede probarse, pero la radiación llegó a esta región también.
Y Cristina, de diez meses de edad, no es la única enferma.
El cuello de su abuela está desfigurado por un tumor en la tiroides.
Sus dos tías adolescentes sufren de la misma condición.
Otros dos familiares cercanos tienen cáncer.
Sin alternativa
Al igual que la mayoría de la gente en la zona afectada, la abuela Valia tiene su propia vaca lechera y cultiva la mayor parte de la comida de su familia en su pequeño terreno.
Sabe que hay riesgo de contaminación, pero confiesa que nunca ha participado en los exámenes.
“Creo que mientras menos sepa, será mejor”, susurra, su respiración entrecortada, obstruida por el tumor.
“Aún si supiera que nuestra comida está contaminada, todavía la seguiríamos consumiendo. No tenemos alternativa”, agrega.
La doctora Smolnikova revisa el corazón del bebé con un estetoscopio, y aconseja a Valia sobre la posibilidad de una operación.
Ella tiene una larga lista de pacientes similares.
“Aquellos que dicen que no hay conexión con Chernobyl deberían abrir sus ojos y mirar las estadísticas médicas”, sostiene la doctora.
Ella ha sido la médica de la población desde mucho antes del desastre nuclear.
“Antes de Chernobyl, nunca había visto un niño con cáncer. Ahora es común”, sostiene la doctora.
“Ahora atiendo a muchos niños con defectos de corazón y daños renales. Decir que no tiene nada ver con Chernobyl simplemente no es honesto”, concluye.
Movimiento restringido
La doctora Smolnikova dice que el aumento en casos de cáncer fue causado por Chernobyl.
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Los niños de Chernobyl han tenido siempre una ruta de escape temporal a través de la caridad internacional.
Katya, de ocho años de edad, fue a Alemania el año pasado para un mes de aire limpio y comida fresca.
Pero ahora el presidente bielorruso Alexander Lukashenko ha amenazado con prohibir esos viajes, diciendo que los niños están siendo corrompidos por el capitalismo.
“Eso no está bien. Chernobyl no fue culpa del los niños. Debemos ayudarlos”, sostiene Ivan, padre de Katya.
Publicat a El Mundo. bbc.news