Neus Català. De la Resistencia y la Deportación

Lo que yo he vivido, lo que yo he sufrido, yo me lo he ganado”. Esto me decía en los cinco interminables días y cinco interminables noches que duró nuestro viaje fatal desde Compiégne, campo de concentración al norte de París, hacia Ravensbrück, campo de exterminio internacional para mujeres.

Con una temperatura de 22º bajo cero, a las tres de la madrugada del 3 de febrero de 1944, mil mujeres procedentes de todas las cárceles y campos de Francia llegamos a Ravensbrück. Era el convoy de las 27.000, así llamadas y así aún conocidas entre las deportadas. Entre esas mil mujeres recuerdo que habían checas, polacas que vivían o se habían refugiado en Francia, y un grupo de españolas.

Con 10 SS y sus 10 ametralladoras, 10 “aufsheermen” y 10 “schlage” (látigo para caballos), con 10 perros lobos dispuestos a devorarnos, empujadas bestialmente, hicimos nuestra triunfal entrada en el mundo de los muertos.

¿Qué pasaría por la mente de cada una de estas mil combatientes de los Ejércitos de las Sombras, extenuadas por las tareas abrumadoras de la Resistencia, por los largos meses de cárcel, de torturas en los terribles interrogatorios? En unos minutos la boca del Infierno de Ravensbrück cerraría sus puertas y se apoderaría con su engranaje fatal de mujeres heroicas que pronto serían sombras.

Ravensbrück, ¡mil veces maldito campo! Mi primera impresión fue que yo dejaría muy pronto la vida, que amaba apasionadamente. Ravensbrück, con sus calles negras, sus barracas verdinegras, sus techos negros, su cielo de plomo, sus innumerables cuervos atraídos por el olor a carne quemada y a cadaverina de aquellas supliciadas que sin tregua, día y noche, salían con humareda escalofriante y a llamaradas de mil colores por la chimenea de los cuatro hornos crematorios.

Mi mente enfebrecida buscaba la evasión y me veía en Guiamets, un pueblecito del Priorat. Recordaba mi infancia rebelde, mi alegre juventud, el haber organizado la JSUC y ser miembro fundador del PSUC. Haber llevado a buen puerto a mis 180 chiquillos de la colonia “Las acacias”, en Premiá de d’Alt. De haber cumplido estrictamente mis deberes en la Resistencia, de haber resistido los interrogatorios sin denunciar a nadie.

Todas estas evocaciones las quería guardar en mi mente. Visiones alegres y exaltantes para dejar este mundo con mi fe intacta en la Victoria; satisfecha de haber sido feliz en paz con mi conciencia.

No fue el espíritu de aventura lo que me llevaría a más de 2500 km. de mi bella y antigua tierra del Priorat. Ravensbrück era la cima del áspero monte que el estallido del 18 de julio de 1936 me hizo escalar.

¿De qué podía quejarme? ¿De haber sido consecuente conmigo misma? ¿De haber abrazado la causa de los oprimidos? ¿De defender la República española? No, no me quejaba, ni me arrepentiré jamás. Estuve y estaré siempre al lado de los que ansían justicia y libertad.

En Ravensbrück se acabó mi juventud el 3 de febrero de 1944.

Cuando los obuses “nacionales” caían sobre el Tibidabo, una madrugada del mes de enero de 1939 salía camino del exilio, dejando a Barcelona sumida en el más total y angustioso silencio. A las tres de la tarde se evacuaba hacia la frontera la colonia de niños. Emprendimos el triste exilio.

¿Quién tuvo la culpa de esa gran masacre de inocentes? ¡Qué cara pagaría Europa la derrota de la República española! ¡Qué peligros mortales corrió la humanidad entera! Pasados los Pirineos el 8 de febrero del 39, comenzaba la emigración de casi 500.000 españoles. Los campos sin techo, la arena de Argellés, Barcarés, Saint Cyprien, Agde, Colliure, Gurs, Septfonds y los mil y un mal llamados “refugios”, albergarían nuestra triste humanidad. En la más completa miseria y abandono de los gobernantes franceses, niños, enfermos, heridos de guerra y ancianos; más de 15.000 personas morirían en las primeras semanas de exilio.

Los más atrasados de la vecina Francia nos rechazaban, huían de nosotros. La otra cara de Francia, la verdadera, la que más tarde lucharía también contra el fascismo en su propio suelo y que, en parte, nos había ayudado ya en la guerra, se desvivían y hacían lo que podían. Cien veces cien nombres no es nada para nombrarlos. Siempre guardaré en mi memoria nombres galos con emoción, amigos para siempre.

Terminó nuestra guerra en marzo del 39 y empezaba la II Guerra Mundial en septiembre del mismo año. Ocupada Francia por los nazis, un nuevo abismo se abría ante nosotros. Para muchos franceses que habían escuchado con deleite o despreocupación los cantos de sirena de la reacción, fue un despertar tardío y terrible. Para los antifascistas de acá y de allá no fue ninguna sorpresa. Lo sabíamos y sabíamos que no sería más que una nueva batalla contra el fascismo internacional. De entre los españoles refugiados se levantó un ejército de hombres y mujeres aguerridos que serían un poderoso bastión en todos los lugares de la resistencia al nazismo. No hubo un combate ni una cárcel, ni fusilamientos, ni campos de muerte, en donde los españoles no hayan figurado. Más de 35.000 perecieron en los frentes y los campos de exterminio.

Fueron años largos, penosos, abrumadores, en que no servían las medias tintas. Cuando se entraba en el combate clandestino nada más contaba, aunque la correlación de fuerzas fuera más desigual que entre David y Goliat; los nazis alemanes y sus secuaces en Francia todo lo tenían en sus manos: armas, soldados y chivatos; los resistentes en las oscuras sombras de los “maquis” y las complicadas redes de la guerrilla urbana, alerta, pero sin armas. Los objetivos simples, pero la lucha dura e incierta.

La astucia suplía al armamento en los primeros meses. Las primeras armas, la propaganda clandestina y la solidaridad con los presos. Las mujeres españolas, las muchachas de la JSU nos incorporamos de una y mil maneras al combate. No fuimos simples auxiliares, fuimos combatientes. De nuestro sacrificio, de nuestra sangre fría, de nuestra rapidez en detectar el peligro dependía a veces la vida de decenas de guerrilleros.

Cuando entrábamos en la Resistencia éramos conscientes del peligro. Teníamos un 90% de posibilidades de caer. Pero caía uno, y sabíamos que diez nos remplazarían. En el primer gran proceso de la Resistencia, en marzo de 1941, en París, en el proceso famoso llamado “Proceso de los cuarenta”, había 20 hombres -en su mayoría españoles- y seis mujeres españolas. Paquita Vélez condecorada hoy con la Legión de Honor, joven madre, supo atraer sobre sí todas las sospechas de ser el jefe de la red para así acabar las pesquisas de la policía. Brutal y largamente torturada, supo mantenerse firme sin pronunciar ni una palabra ni un nombre. Con ella estaban Luisa Caro, María González, Margarita, hija de un diplomático español, Anita Cascales, Manolita Zapico.

En general, las mujeres fuimos utilizadas como enlaces, la densa red de información, los pasos por las montañas y fronteras, los puntos de apoyo, el suministro, la solidaridad hacia y en las cárceles, donde la sanidad de urgencia corría a nuestro cargo. Los controles de la policía francesa y de las patrullas alemanas los asumíamos primero nosotras. Pero estuvo además el transporte de armas y propaganda; mujeres empuñaron un arma en combate como en la “ferme” (granja) Comdom, como en Saint Etienne, como en la famosa batalla de La Madeleine.

Visitado el “Comandante Sevilla”, muy anciano ya, pero muy marcial (militar de carrera), nos despidió con lágrimas en los ojos: “Cuando habléis de las españolas en la Resistencia, no habléis de cientos sino de miles. Sin su colaboración generosa y valiente no hubiéramos podido llevar a cabo con éxito muchas acciones, y muchos guerrilleros hubiéramos perecido. Repetid eso siempre y en toda ocasión”.

Otras mujeres extraordinarias hablarán de otras no menos ejemplares. De todas maneras, cuanto se diga de las españolas en la Resistencia en Francia y de las exterminadas en los campos de la muerte nazi siempre reflejará una ínfima parcela de la realidad.

Como las demás, cumplí sencillamente con mi deber. Me llamaron y respondí; mejor dicho, busqué y encontré y organicé la lucha guerrillera en las montañas.

Las fechas de la Resistencia efectiva y la reconocida oficialmente raramente concuerdan. Cuando el 29 de diciembre del 42, día de mi casamiento, escondimos los dos primeros guerrilleros de lo que fue el famoso “maquis” de Turnac, yo ya había sido denunciada dos veces a la komandatur de los SS de Perigueux por un farmacéutico de Sarlat del que no he querido nunca recordar su nombre. Fue el doctor Leguiral quien me lo comunicó cuando ya éste había muerto y fue ese mismo doctor, alcalde de Carsac, población de donde residía, quien me advertía del peligro y daba siempre buenos informes sobre mí a los alemanes.

¿Qué hacia yo hasta que encontré la Resistencia armada de los “francs tireurs”, (partisanos de Francia), sin ninguna orientación? Me dedicaba a escuchar y transportar verbalmente cuanto podía interesar a la propaganda antinazi, que me comunicaban los franceses que tenían radio. Mi propaganda era exclusivamente oral. Me iba todos los sábados a un gran mercado y recorría las granjas y llamaba a la gente a no colaborar con los enemigos de Francia. Francia ocupada no era independiente, y si Hitler ganaba la guerra dejaría de existir como nación. Les exhortaba a no entregar el suministro, a esconder las cosechas y a prepararse para ayudar a la Resistencia que se estaba organizando en la sombra. Me pasaba horas y horas hablando y exponiéndome peligrosamente. Me dolía mucho que tantos franceses no aprovecharan la lección de nuestra guerra. Para mí, un francés que me escuchaba, se me antojaba un futuro resistente. En realidad, el departamento de la Dordogne, donde residía y trabajé, y el de la Corréze, donde también actuaría, fueron, a partir del 42, dos grandes núcleos de Resistencia armada de “maquis”, guerrilla urbana y una creciente complicidad y apoyo por parte de la población, sobre todo rural.

De mi morada salían consignas y planes militares y de sabotaje previendo hasta los pormenores del final de la guerra como fue la voladura del puente de Souillac (Lot), para cortar la retirada a los alemanes desde el Sur hasta el Norte. Los combatientes españoles tuvieron que abandonar las armas después de treinta y dos meses de lucha heroica; tuvieron que pasar los Pirineos, pero allí se harían fuertes para cerrar la fuga a una parte de las tropas nazis a nuestro país.

Mis funciones en el “maquis”, junto con mi primer marido Albert Roger -muerto en deportación-, fueron múltiples. Mi casa era un punto de apoyo clave. Teníamos que encontrar el lugar adecuado para la recepción e instalación de numerosos guerrilleros españoles y franceses llamados a desplazarse a Alemania al famoso STO (Servicio de Trabajo Obligatorio). Pronto llegarían antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales y guerrilleros rescatados de combates de otros “maquis”. Teníamos que organizar el suministro, la obtención de la documentación falsa, estafeta postal, recepción y fabricación de artefactos explosivos y obtención de armas.

La primera ametralladora del “maquis” de Turnac, conocido también como “grupo Carlos”, pude lograrla en complicidad con un agente doble entre nuestro “maquis” y otro del norte de Sarlat. A cambio de armas nos ofrecía tabaco, sopa, cholocate, carne, conservas. Nada de eso me interesaba; teníamos a veces hambre, pero sobre todo necesitábamos armas para proteger a los saboteadores de líneas de alta tensión, líneas de ferrocarril y todo cuanto se relacionaba con los emplazamientos militares del ocupante nazi. Fue tacaño, sólo pude lograr una ametralladora. Para mí, la primera victoria diplomática. ¡Una ametralladora! El sueño dorado de aquellos arcángeles harapientos de los bosques.

Destinada después al aparato político y de transmisiones, mis camaradas me concedieron siempre el honor de asistir a sus planes militares, que en los primeros meses, hasta mi detención, se realizaban en mi casa. Ni que decir tiene que seguí siendo enfermera de urgencia; que con mi marido controlábamos e interrogábamos muy concienzudamente cada nuevo guerrillero que entraba en el “maquis” de Turnac. Solo nos falló uno, un colaborador, que se presentó precisamente un día en que con mi esposo nos encontrabámos en la ciudad de Bergesac: para enterarnos del resultado de nuestra anterior misión.

Como la mayoría de las mujeres, fui enlace. Trabajo en apariencia fácil, pero sumamente peligroso y que requería una gran resistencia moral y física. Las más expuestas a ser descubiertas y ser torturadas, en caso de detención. “Los enlaces -decían nuestros jefes- son sagrados, no deben efectuar ninguna otra tarea”. Sí, sí, ¿y quién hacía el resto?. Tenía que recorrer 95 Km. entre la Dordogne y la Correze para transmitir un parte. Tenía que ir a pie, en bicicleta, en autobús. Los autobuses eran automáticamente registrados en cada límite de departamento.

Recuerdo mis citas con “Reynal” y. después con “Kleber”. “Reynal ha sido trasladado”, me dijeron; en realidad, había sido detenido y encarcerlado en la famosa central de Eysses y deportado. Era un obrero comunista de una inteligencia y una bondad extraordinarias. Estas citas se efectuaban delante del teatro de Brive, con la proverbial táctica de “enamorados” o comiendo en un restaurante de la misma plaza, siempre escogiendo ron sonrisas ama6les la mesa contigua de nuestros feroces enemigos, los SS. Por debajo del mantel pasaba el parte y por el mismo procedimiento recogía la respuesta.

En el intermedio me alojaba en una granja de Saint Mexan, en casa de los Rodríguez. Cuatro generaciones de mujeres y un solo hombre con trabajo para ganar el pan. No tenían casi nada y me lo daban todo. Esta familia fue un importantísimo punto de apoyo para muchos resistentes y jefes de guerrillas. Era una familia de andaluces, todos de la CNT, pero en el transcurso de la Resistencia, con tanto ir y venir de comunistas, acabaron por ingresar en el Partido. Fueron una de esos centenares de familias españolas que cubrieron la Resistencia y por lo cual muchos pagaron con su vida, como lo demuestra una fotografía que mi amigo Pons Prades me autoriza a sacar de su libro “Los republicanos españoles en la II Guerra Mundial”.
Tendría que hablar de la familia Pla. Gloria, la hija mayor, me sustituyó a mi detención. El hermano José, muy jovencito, era tan intrépido que tuvimos que aceptarle oficialmente en la Resistencia. Sólo contaba catorce años. Y me veo obligada a citar a mis padres. Mi padre, Baltasar Catalá, el campesino que soñó ser montañista, sabía encontrar los caminos más inverosímiles para llegar al “maquis” y traer noticias de última hora y de primera mano. Arriesgaba su vida y benévolamente, hacía de peluquero del “maquis”. Mi valiente madre, Rosa Pallejá, se quedaba muchas veces sola en la masía guardando el fuego como una vestal. Todo el mundo se tiraba al monte en los últimos meses de la guerra. Su puerta siempre estuvo abierta para los fugitivos y para algún herido en combate. Los albergaba, los curaba, escondía sus armas hasta que podían reemprender la marcha.

Quiero terminar con mi resistencia, pues cada mujer podría escribir un libro; un hecho me marcó para siempre. Esto ocurría pocos días antes de mi detención. Volvía de mi último viaje a Brive y, esperando el autobús de retorno, me sentía muy fatigada y deprimida, recién operada y sin tiempo para convalecer. Sentada en un banco, veo llegar una columna de cinco ciclistas con una inconfundible pinta de refugiados españoles. Sus bicis, cargadas con enormes bultos y en perfecta formación militar. El primero en vanguardia, a 25 mt., los tres del medio, el grueso del pelotón y el quinto cerrando la columna, 25 mt. detrás. ¿Quién podría imaginarse que se atrevieran a tal cosa los “rojos españoles” Pasar por el centro de la ciudad, y además delante de la komandatur?. Me sentí orgullosa y emocionada. Qué valientes son nuestros guerrilleros. Sostuvieron 32 meses de guerra en España y ahí los tienes, mal vestidos y peor calzados, sin pan muchas veces y durmiendo al azar de alguna cabaña, y no se sienten vencidos. “Tienes que aguantar Neus, tienes que aguantar, eres un granito de arena en esta colosal guerra, pero necesaria. Tu puesto es la lucha. ¡Guerra sin cuartel a los nazis!”.

Edición: l’eina (Barcelona)
ISBN: 84-86378-00-1

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